Sin tanta clase como Toni Leblanc, los señores trajeados que trajinan nuestros dineros estafaron a un número indecente de españolitos con la versión youpie del timo de la estampita.
Por lo que he podido columbrar el golpe funcionaba así, más o menos, y si no, que alguien con más conocimientos que yo me corrija, si miento: 1) Cójase al típico ahorrador amarrategui que tenía todo su peculio en fondos de inversión, con no demasiada rentabilidad pero sin preocupaciones. Cuanto más viejo y analfabeto sea el sujeto mejor, no sea que haga demasiadas preguntas, aunque de todo ha habido, que hasta el más pintado se ha visto implicado. 2) Llámese PARTICIPACIÓN a algo que no da derecho a participar en nada, sáquesele brillo a la palabra PREFERENTE, vacíesela de contenido y dígasele al palomo que el banco en su esplendidez ha sacado un producto maravilloso, igual de seguro que un plazo fijo O MAS (sic) y con mayores intereses, sin fecha de caducidad y cuya inversión puede recuperarse en cualquier momento, y que debido a su fidelidad al banco han decidido que es un firme candidato a ser preferentemente estafado. 3) Repítase esta operación hasta el infinito con todo aquel que se ponga a tiro, y páguense los altos intereses a unos con las inversiones de los otros, mientras el cuerpo aguante.
Mientras la cosa iba bien, no había problema: todos recibían sus intereses, y si algún loco quería prescindir de tan pingües beneficios se colocaban sus participaciones a otro pardillo y en paz.
Porque que no les decían era que en realidad el valor de dichas estampitas “perpetuas”, es decir, lo que podían recuperar, dependía de lo que otro estuviera dispuesto a pagar por ellas, como si de una colección de cromos de la Liga Danesa de Escupidores de Huesos de Aceitunas o cualquier otra colección se tratara.
Y llegó el momento en que el cuerpo no aguantó, les apretaron las tuercas, se descubrió el percal y dejaron de afluir nuevas víctimas para mantener el sistema, y cuando muchos inversores intentaron recuperar el capital invertido descubrieron que no era tan fácil, y que se las tenían que comer con patatas y sin sal o aceptar una contraprestación ridícula.
Se trata de un timo piramidal viejo como el mundo, pero allí donde en el oeste los truhanes que osaban intentarlo salían con el culo cosido a balazos hacia la puesta de sol o directamente eran colgados del árbol más cercano, aquí los cerebros de la cosa siguen en sus puestos o se han retirado con “indemnizaciones” muchimillonarias, dejando a sus víctimas con un palmo de narices.
Porque uno de los aspectos más sangrantes de este asunto, además del perfil de las víctimas, era que el golpe directo era asestado por bancarios de a pie, que en la primera fila y atrincherados detrás de sus mesas abusaban de la confianza depositada en ellos por los clientes “de toda la vida” para darles el beso de la muerte, y que al final han sido el blanco fácil de sus iras, porque pillaban más a mano.
La postura de estos pobres ejecutores no era muy distinta de la de los soldados nazis que más o menos convencidos aniquilaron a millones de inocentes obligados por sus mandos, o más recientemente la de los periodistas de Canal 9 que de encubrir y loar los desmanes del régimen en la Comunidad Valenciana han pasado a modo bolchevique de la noche a la mañana, argumentando que de ello dependían sus trabajos.
Si todos aquellos soldados hubieran arrojado sus fusiles y cerrado el grifo del gas, si los periodistas hubiesen actuando en consecuencia con su obligación de contar la verdad, exigible a ellos por encima de otra cosa, o por lo menos más que a un fontanero, y qué digamos que a un abogado, en función de la propia naturaleza y esencia de su trabajo, si los empleados de banca hubieran denunciado la estafa y renunciado a cooperar en ella, ¿No se habrían evitado muchos males?
Y la pregunta que me queda, y que planteo, es la siguiente ¿Es ético realizar actos contrarios a la propia conciencia, aun a sabiendas de su injusticia, para conservar el bienestar propio? ¿Sería este un mundo mejor si actuáramos conforme a nuestras convicciones, aun en nuestra propia contra? ¿Nos bajaremos alguna vez de la tabla de Carnéades?.