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Como cada 17 de mayo me asomo a Torgalmenningen para ver la procesión cívica de Bergen. Los mástiles están engalanados con banderas nacionales. El monumento a los marinos de todas las épocas guarda imperturbable la entrada de la plaza, esperando la llegada de los estandartes, los globos y la música.

Pero este año no habrá celebración. Hoy la plaza está vacía y lluviosa. Solo algunos irreductibles pasean con el traje típico, y el lugar de las multitudes lo ocupa una patrulla de las fuerzas de seguridad que vigila para evitar concentraciones. Pequeños grupos de paseantes fuertemente abrigados atraviesan el espacio en todas direcciones, rumbo a sus reuniones familiares. Algunos repartidores en bicicleta descansan bajo el árbol frente a los almacenes Sundt, ya verde y frondoso en esta nueva primavera.

Sobre las doce y media, el sol ha asomado tímidamente durante dos minutos, en un intento de animar la fiesta fallida, todo un esfuerzo puesto que en Bergen la lluvia es la reina todo el año, y a la una ha retomado la ciudad en un asalto definitivo.

Las gaviotas derivan sobre la plaza, arrastradas por el  fuerte viento, que sube por la avenida con una promesa de mar.

 

PLASTICO

Cuando, asombrosamente, nuestra sociedad «occidental» parecía convencerse, a fuerza de envenenarse con ellos, de la necesidad de prescindir de los plásticos y sustituirlos en la medida de lo posible por otros materiales, cuando muchos gobiernos habían asumido el desafío prohibiendo las bolsas, los cubiertos, bastoncillos, pajitas y otros elementos desechables, cuando las industrias alternativas estaban incorporando el bambú, el maíz, las patatas, los hongos, el papel, ¡Incluso la pasta! Para sus embalajes y productos, cuando, finalmente, cada vez más gente estaba comprometida con el reciclaje, con la vuelta al vidrio, a las bolsas y los envases reutilizables o biodegradables, llegó el Covid-19 para fastidiar, en un sentido más, nuestras vidas.

En la lucha contra la pandemia se utilizan un sinfín de elementos tales como guantes, pantallas, mascarillas, equipos de protección, botellas de gel hidroalcohólico, compuestos al 100% o en su mayor parte de plástico, de cuyo reciclaje nadie se preocupa. Antes bien, no es raro encontrarlos tirados y esparcidos en cualquier parte.

Autor: Roger Carrasquer

 

Por otra parte, el miedo al contagio nos ha llevado de vuelta al sobreempaquetado, los envases, cubiertos y todo tipo de elementos desechables, además de otros elementos empleados para la vuelta a la “normalidad” como mamparas y separaciones de plástico y metacrilato en todas sus formas, texturas, espesores y colores.

A ello se une el hecho de que, lejos de tratarse adecuadamente o reciclarse, estos objetos son abandonados en cualquier parte, tirados al tun tun por miedo a que hayan quedado contaminados.

Todo ello es, seguro, solo la pequeña parte del total que mi limitada imaginación puede alcanzar a columbrar, y doy por seguro que cualquiera que lea estas líneas es capaz de pensar en muchos otros objetos y materiales, y añadirlos a la lista, pues es una evidencia que cualquiera puede llegar a apreciar a poco que tenga ojos.

Y, con las catástrofes, llegan los buitres, oportunistas económicos que han visto en la fabricación de todo ello y el relanzamiento del plástico una oportunidad de medrar a costa de la necesidad, el miedo y la ignorancia de la población.

En solo unos meses, pues, hemos vuelto atrás, muchos, muchos años atrás, en muchos aspectos. Crisis económica, inestabilidad geopolítica, aumento de las diferencias sociales, levantamiento de fronteras, y, entre todos estos retrocesos, la vuelta al plástico no es el menos despreciable.

Y sin embargo, se da la curiosa circunstancia que cada vez es mayor el número de opiniones cualificadas que se dan para advertirnos que el plástico no es, no en todos los aspectos al menos, la barrera ideal contra la expansión del virus. Antes bien, es una de las superficies sobre las que el bicho en cuestión sobrevive más tiempo, en comparación con la tela, la madera o el cartón.

Por consiguiente, si no queremos sobrevivir a la pandemia, a la crisis, a los conflictos internacionales, para morir ahogados por la porquería, hay que seguir en la brecha, tenemos que continuar la lucha, y esperemos que, llegada una deseable estabilidad, pasado el sobresalto y la emergencia, cuando el virus haya sido erradicado o lo hayamos incorporado al normal de nuestras vidas, retomemos la senda y encontremos alternativas al uso compulsivo del plástico también en este aspecto, pues de otro modo de poco nos va a servir sobrevivir al coronavirus. El que sobreviva.