Seamos realistas. Por mucho que ahora todo el mundo, de todos los ámbitos, profesiones y exacciones sociales, se desgañite en contra del desmadre, que no descontrol, porque controlado lo tenían todo más que controlado, de nuestras instituciones, desde el gobierno a la corona, pasando por los partidos políticos, y otras gentes “honorables”, bancos, patronos y demás fauna, y por las sucesivas revelaciones referidas a personajes y personajillos que nos robaban, se robaban, se espiaban, complotaban y se concertaban para llevárselo muerto a nuestra costa, la culpa de esta corrupción generalizada, sostengo, la tenemos nosotros.
Y es que en este país, hasta donde me alcanza el entendimiento, vale, digamos que no es mucho, pero algo es, la corrupción y la mangarrufa nunca han causado la caída de ningún gobierno, ni nacional, ni regional, ni municipal, ni el del círculo de jubilados.
Antes bien, en nuestra “cultura” estaba bien visto ser el más espabilado, el que tenía más enchufes y amiguetes “del alma”, el que amasaba más dinero y bienes fuera cual fuese el método y la procedencia, ya fuese dinero negro, tráfico de influencias, fraude fiscal etc…, creándose redes clientelares de fidelidad adamantina, difíciles de romper.
Mientras hubo café para todos, mucha gente seguía como rémoras a estos tiburones, con la esperanza de aprovecharse de lo que se les caía de los dientes. Eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Qué importaba si se hinchaban presupuestos de una empresa u obra pública para trincar la mitad y pagar su desenfrenado ritmo de vida, si daban trabajo a los miserables que los votaban. Qué importaba si el nepotismo era el procedimiento administrativo habitual de selección de personal, si cabía la posibilidad de que el primo del amigo del hermano nos colocara de por vida. Que importaba que se distrajera dinero de servicios necesarios para fastos innecesarios. Qué importaba ser despreciados y dominados por una élite oligárquica si teníamos pan y circo.
Ahora, cuando el rico riego no llega a las extremidades más pobres, cuando los dedos, manos, brazos, pies y piernas de la sociedad se gangrenan porque los órganos que los regían y alimentaban dejan de repartir maná, cuando los ojos que permanecían tolerantemente cerrados se han abierto de par en par y la boca de la sociedad se abre asfixiada, gritamos, nos revolvemos, nos concentramos, inundamos las redes con nuestra indignación, reprobamos las conductas que antes se toleraban, intentamos evitarlas, sacamos las guillotinas a la calle.
Quizá si desde un principio se hubiese dado la espalda a esas actitudes, y garrote a sus responsables, si se hubiera condenado al desprecio a los tramposos en lugar de encumbrarlos, como ocurre en otros lugares, no hubiésemos llegado a estos extremos. Como dice el refrán, de aquellos polvos vienen estos lodos.
Témome que sea demasiado tarde, y, lo que es peor, que si un día la situación se repite y se dan las mismas circunstancias que en los años dorados del coge-el-dinero-y-corre, caigamos otra vez en los mismos errores, y es que ya conocéis mi poca fe en la naturaleza humana (hispánica, para más señas).