“Parirás a tus hijos con dolor”, dice la Biblia supuestamente* (Génesis 3:16). Ese, junto con la expulsión del Paraíso y el ganarse los garbanzos con el sudor de la frente (cosa que sólo vale para algunos, puesto que otros se dedican a birlarlos gentilmente del cesto ajeno) fue el castigo divino de Adán y Eva por comer del fruto prohibido por Dios.
Aceptemos en todo caso tal sentencia como punto de partida, para después afirmar nuestro pleno convencimiento de que ni el parir con dolor (y menos desde la invención de la epidural), ni ninguno de los anteriores fue el peor de los castigos que el creador, sea el que sea, Dios, Yhave, Ilúvatar, Arquitecto del Universo, Big bang o casualidad, reservó para la humanidad.
El peor sufrimiento para todo ser humano no es el que se padece al llegar al mundo por los canales del parto o el causado a la madre al nacer, sino el padecimiento físico y psicológico con el que algunos de nosotros lo abandonamos.
Ya sea porque la vejez y los años se nos llevan seso y cuerpo, ya sea porque un fatal accidente nos deja postrados o hace que nuestra mente deje de estar presente, o bien porque la naturaleza se encaprichó y se pasó de hacernos diferentes, nadie debería estar obligado a quedar ligado a un mundo que no podrá ofrecerle ya sino un padecimiento superior a la ración que todos tenemos asignada.
El partir dignamente hacia nuevos puertos o sumirse simplemente en un calmo reposo ha de ser una decisión y ha de ser nuestra, ninguna religión o creencia, ninguna supuesta misericordia ni una ley dictada con la carga de aparentemente piadosas conciencias debería obligarnos a quedarnos.
En estos días está muy presente en los medios el caso de la pequeña Andrea y su continua agonía sin esperanza, y la lucha de sus padres por liberarla en contra de una mal entendida ética médica, pero, a menor o mayor escala, todos conocemos casos de personas más o menos próximas que por cualquier causa sufren sin razón y sin remedio, sin que se den los medios para poner fin a dicho sinsentido.
Cuando lo único que nos ata ya a esta realidad son alambres de espino, ¿Acaso no es infinitamente más humano librarnos de tales ligaduras y dejarnos ir? ¿No se llama tortura a infligir daño y obligar a sufrir a otro ser?
Finalmente, no puede desconocerse que el dolor, tanto físico como psicológico y anímico, no afecta únicamente a quien se halla en tal situación, sino también a sus allegados, que se afanan en aligerar su carga colocando una buena parte de la misma sobre sus propios hombros, atrapados en un sacrificio de amor.
“Dejarás este mundo con dolor”, debería rezar la fe de erratas de la biblia.
*Sobre el particular léase https://gabriellabianco.wordpress.com/2013/11/08/la-biblia-dice-pariras-con-dolor/