… A BARRABÁS

              En los últimos tiempos se ha puesto de moda entre los chorizos y saltimbanquis varios y de todo pelo que garrapatean por nuestro país, una vez utilizadas, pisoteadas, retorcidas, violadas y desvirtuadas todas las instancias judiciales, el pedir el indulto, para pervertir la última institución que les quedaba.

             A pesar de que el indulto es por naturaleza una medida excepcional, ahora los jerifaltes caídos lo piden  como quien pide la vez en la pescadería, y lo que es peor, todos los gobiernos, ya sean de para acá o de para allá, se lo conceden con la misma ligereza. Es más, los unos indultan a los pecadores de los otros, porque ya se sabe, hoy por mi, mañana por ti.

             Y aunque el indulto debería fundarse en razones de equidad, oportunidad o conveniencia pública, en tales casos, y en algunos otros, responde únicamente al capricho del gobierno de turno y en ningún caso, ni cuando es justo ni cuando es arbitrario, se publican las razones que lo propiciaron, cual de los misterios de una religión o de una logia masónica se tratara.

            Pero quizá uno de los aspectos  más sangrantes de este mercadeo es que antes el trapicheo se hacía con cierta discreción, el indultado agachaba la cabeza agradecido y aguantaba el chaparrón que le caía en uno o dos telediarios.

            Ahora, por el contrario, como si de un reality se tratara, los candidatos a ser salvados se pavonean en la televisión y los medios anunciando a los cuatro vientos que van a pedir el indulto, con coros y palmeros que avalan a los pobrecitos corruptos y defraudadores sin que les de ya ningún apuro que se les vea aplaudiendo a sus amigotes, y con un cartelito abajo que pone, si quieres salvar a fulano, llama al 666… coste de la llamada gratis, puedes ganar una contrata de basuras, la gestión de un hospital, un puesto en una compañía eléctrica o de comunicaciones y miles de sobres sorpresa.

            Y es que, si a uno lo dejaran participar en el concurso, presentado evidentemente por Jorge Poncio Pilatos, tendría claro a quién elegiría, a Barrabás, porque al menos con los Barrabases de este mundo sabes a qué atenerte, pero los otros te la clavan con ahínco, y no haré la rima…

            Entre los casos de candidatos al indulto de oro más recientes encontramos al señor Del Nido, al señor Matas, al ex Alcalde de Torrevieja  y probablemente al afortunado señor Fabra, pero no nos engañemos, la cosa viene de antiguo.

            Así, mirando por encima, centrándonos en políticos corruptos y financieros sin escrúpulos, y sin contar el extraordinario caso del kamikaze condenado a trece años que merece un monográfico, nos encontramos con que en 2012, en tan solo cuatro meses se indultó a seis condenados por corrupción, más un ex alcalde y tres concejales, en 2011 a cierto banquero a quien el indulto le permitió volver a dedicarse a aquello por lo que lo habían condenado, a un ex director de una caja rural y a dos directivos de una importante empresa condenados por fraude, y ya en el siglo pasado se indultaba impúdicamente a tres condenados por el caso Filesa o a un ex alcalde de IU, todos ellos indultados por evidentes razones de equidad, oportunidad y conveniencia pública que nunca conoceremos.

            Pero lo que no podemos olvidar, lo que no deberían olvidar quienes piden y se benefician del indulto, lo que no deberíamos dejar que olviden los señores indultados, es que, aunque no cumplan la condena, siguen siendo CULPABLES.

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LAISSEZ FAIRE, LAISSEZ PASSER, ET RAMASSEZ NOTRE MERDE.

Como ya advertí cuando a empecé a divagar por estos lares, no hablo desde el conocimiento ni desde la verdad absoluta, sino desde la impresión que deja en mí la información que poseo o que me llega, y más que un púlpito, esto pretende ser una invitación a la corrección y a la enmienda, si enmienda cabe, por quienes sean más duchos que yo en los temas que ataco.

Nuestro afortunado de hoy es el libre mercado, esa gran mentira preconizada por quienes siempre han hecho o pretenden hacer fortuna a costa de todos los demás.

Básicamente consiste, a mi modo de ver, en comerciar haciendo lo que a uno le venga en gana, sin ningún control de ninguna instancia superior, ni, dicho sea de paso, ninguna ética, enarbolando la bandera de la libertad y pescando allí donde haya abundancia de peces.

Eso si, mientras haya peces, por que cuando la acción salvaje del capitalismo agota los caladeros, o por lo que sea vienen mal dadas, o porque simplemente les conviene, los defensores del laissez faire se apresuran a aferrar las riendas del poder, que nunca soltaron, y pasarse al intervencionismo más opresivo, dictando leyes, imponiendo impuestos, repartiendo prebendas entre sus acólitos y “amueblando la casa a su gusto” con un doble objetivo.

En primer lugar, resarcirse de las pérdidas que hayan podido tener en sus locas correrías económicas, en segundo, preparar el terreno para nuevas aventuras.

Así, una vez que nos han cagado encima, pretenden que recojamos su mierda.

Tal que así lo vivimos en estos días, en los que los señores que en su día se enriquecieron con un comercio sin miramientos, con miras al único Dios del beneficio, atacando cualquier intento de fiscalización, se dedican ahora a exprimir a aquellos a quienes ya habían ordeñado para compensar sus desmanes, a saquear el país y a vender y repartirse las joyas de la abuela (entiéndase por abuela la sociedad entera), la sanidad, la educación, los servicios necesarios para su buen funcionamiento, su vida misma, entre unos pocos, al son de aquello de que los servicios públicos “no son rentables”.

Y digo yo, ¿Desde cuándo los servicios públicos han de ser rentables? ¿No es su esencia misma, su razón de ser, el procurar a una gran mayoría, con el concurso de todos, lo que de otro modo no podrían tener precisamente por su alto coste? ¿No es la función de la administración pública administrar y redistribuir la riqueza, ordenar la sociedad, en lugar de saquearla y custodiar el granero para que solo unos pocos puedan aprovechar lo cosechado?

Un servicio público no es un chiringuito de playa, no tiene que ser rentable, no tiene que dar beneficios, tiene que funcionar y servir a quienes lo mantienen con sus impuestos, a quienes pertenece, y no engordar los bolsillos de los mercachifles que no pueden ya llenarlos con sus trapicheos.

Los señores liberales pretenden quedarse con los huevos y con la gallina, sin repartirlos con quienes les procuran el grano, hasta que quienes no tengan más que tierra que comer rompan los huevos, estrangulen a la gallina y los cuelguen de un bonito árbol. Al tiempo.