¡CHSSSSST…!

En los últimos tiempos, los señores gobernantes, esos mismos a los que veíamos la semana pasada ufanarse en París y lamentar el ataque irracional y descerebrado a una revista satírica pero que aquí se dedicaban no hace mucho a perseguir, denunciar, censurar o secuestrar a “El Jueves”, que al lado de “Charlie Hebdo” parece la hoja dominical de las Madres Ursulinas,  se han dedicado a aprobar o proponer una serie normas que tienen como resultado, si no como objetivo, aumentar su capacidad de injerirse en nuestra viva privada o coartar la capacidad de la ciudadanía de expresar libremente sus opiniones, o asegurarse de que quienes las promueven no serán molestados con protestas que, de todos modos, suenan “como zumbidos de moscas en sus oídos”, como diría Sinhoué el Egipcio.

Entre otras perlas, encontramos la Ley de Seguridad Ciudadana, o “Ley Mordaza”, con eso te lo digo tó y no te digo ná, que en su artículo 30 atribuye a los organizadores de reuniones o manifestaciones la responsabilidad por las infracciones en que puedan incurrir los manifestantes.

Y digo yo, ¿Quiénes son los participantes? ¿Cómo se diferencian de cualquier otro paisano que pasara por allí inocentemente o con aviesas intenciones? ¿Llevan un cuño, un tatuaje, un clavel en el ojal, una chapa en la oreja como las vacas? ¿Cómo diferenciarlos de los revientamanifestaciones y vándalos varios que cometen tropelías sin tener nada que ver con la causa que se defiende? O incluso teniéndolo, ¿Cómo pretenden que los organizadores de una manifestación legitima controlen a mil, dos mil, treinta mil personas? ¿Condenarán al Real Madrid o al Barça, o al Alcorcón por los daños que se produzcan alrededor de sus celebraciones?.

Moraleja: Cuídate bien de promover cualquier manifestación que te va a caer la del pulpo.

Pero aun imaginando que se convoca la manifestación, que usted acude a ella o simplemente pasea por las inmediaciones y que las fuerzas de seguridad le aporrean sin querer, no se le ocurra echarle una foto al mamporrero en cuestión para que sirva como prueba, porque el artículo 36 de esa joya legal lo considera una infracción grave.

Y tampoco se le ocurra, si se ha quedado en casa por si llueven porras, botes de humo o pelotas de goma, o porque no es mucho de salir, pero le parece bien lo que se está diciendo, desperezar el pulgar y enviar un mensajillo de ánimo a los manifestantes, pues a poco que la marcha no esté autorizada, cosa que para la mayoría es imposible saber, le pueden caer de tres a 12 meses de multa, es decir, a ojo de buen cubero entre 540 y 2.000 y pico euros, o entre tres meses y un año de talego, gracias a la reforma del Código Penal que se insinúa en el horizonte.

Pero aunque usted ni siquiera levante un dedo, literalmente, no se preocupe, que le pueden condenar tan ricamente por leer. Si por curiosidad, por afán académico, o porque sí, que las intenciones no quedan reflejadas en ningún servidor, consulta determinadas páginas consideradas peligrosas (y no son las de determinados partidos políticos, ni las de dos rombos), una bonita enmienda propone que le lleven a su casa no una pizza o un kebab, sino hasta ocho años de cárcel encargados directamente desde su sillón.

En esta línea de controlar al personal, la  última incorporación es la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que pretende ampliar las circunstancias en las que se pueden practicar escuchas sin control de ningún Juez.

Es decir, que cuando la policía lo considere conveniente puede pinchar el teléfono o poner escuchas domiciliarias sin consultarlo a quienes son garantes del cumplimiento de las leyes y el respeto a nuestros derechos fundamentales: Los Jueces. Eso sí, han de comunicárselo después, pero aunque el Juez las considere ilegales a posteriori, el mal ya está hecho.

Que si, que se supone que debemos confiar en las fuerzas policiales, y seguramente en el 99% de los casos se haga buen uso de esta facultad, pero vaya, uno no puede dejar de pensar que quienes velan por nosotros son personas corrientes, que les estamos dando los medios, y la oportunidad, y que la tentación no vive arriba, sino que compartimos piso con ella.

Pero no se preocupe usted, que todo esto es por nuestro bien y por nuestra seguridad, según nos dicen, que si usted es un buen chico, no protesta por cosas inadecuadas, no ve páginas peligrosas o no comete delitos que en virtud de las circunstancias puedan considerase de especial gravedad, no tiene nada que temer de estas medidas.

El problema de todo esto, el mayor problema, es que cada vez se están desdibujando más los límites, que con la vaselina de la inseguridad cada vez estamos haciendo haciendo mayores concesiones a la arbitrariedad, que los que deciden lo que es “peligroso”, “inadecuado” o “especialmente grave” pueden bajar el listón poquito a poco, que el cerco, la mordaza que están tejiendo con nuestros miedos cada vez está más apretada, que Dios quizá aprieta y no ahoga, pero que estos no son más que humanos.

Y porque los vientos pueden soplar de todas direcciones, porque aunque uno piense que su ideología, su religión o su estilo de vida lo protegen de los efectos secundarios de estas píldoras de seguridad, porque nunca se sabe quién va a decidir en el futuro hacia donde apuntará el brazo de la Ley, y aunque está muy manido y a alguno le parezca cursi o exagerado, termino con el famoso discurso de Martin Niemöller:

«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista, cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista, cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío, Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar».

Hala, córtenme las puntas, que me ha quedado un pelín largo…